Dice un personaje de Casablanca que renunciar a luchar es estar muertos. España, ayer, decidió morir: estaba en su derecho. Como tan bien lo supo Francesco Guicciardini en la Florencia del siglo XVI, las naciones son tan mortales como cualquier otro ser vivo; no es nada extraordinario.
Los cadáveres morales son legión en la política española. Así sucedió con aquella inmunda burguesía francesa que, en 1940, prefería colaborar con el nazismo antes que afrontar la guerra contra los genocidas. Todo ha sido vertiginoso desde el jueves.Al dolor, siguió el asco. Asco por el obsceno uso electoralista que PSOE e IU han hecho de la tragedia, en las 48 horas moralmente más turbias de la España reciente. Empieza, a partir de ahora, lo peor.
El 11-S abrió un horizonte nuevo y terrible: el de la cuarta guerra mundial (la tercera fue, entre 1948 y 1989, la Guerra Fría). Las guerras, una vez desencadenadas, sólo admiten dos desenlaces: o se ganan o se pierden. Los manifestantes que, ante las sedes del PP, exigían la rendición incondicional, son pobre gente. Los partidos que tramaron eso son abyectos: algo de lo más normal entre esos monstruos que son los políticos profesionales.
El 11-S ha fascinado a los últimos residuos del terrorismo de herencia estaliniana: los deslumbró hasta qué punto era posible sembrar apocalipsis con medios limitados. Por eso en las herriko tabernas se celebró, aún más gozosamente que en Gaza, la caída de las Torres Gemelas. No hay más que ir a las hemerotecas para seguir, en estos dos años y medio, la islamización política del abertzalismo: la iluminación de que sólo el cuerpo empanado en dinamita del mártir suicida es arma invencible contra el imperialismo; los llamamientos a la alianza estratégica con esa «religión de los pobres», llamada a destruir la perfidia capitalista... El viejo terrorista estaliniano Ilich Ramírez (alias Carlos), desde su prisión francesa, había dado ejemplo, convirtiéndose al islam, y enarbolando el Corán como última razón revolucionaria. Siglo XXI.
Ni es nuevo ni es extraño. Durante la Guerra Fría, Carlos, como ETA, como todos los terroristas europeos, fueron instrumentos de un KGB que administraba su logística y guiaba sus acciones.Y la OLP, el FPLP y los campamentos de la Beká fueron los cimientos de la vieja ETA. La fascinación del 11-S fuerza un tránsito de Arafat a Bin Laden. Elemental lógica del cambio generacional.
Ganó ayer la opción indigna de rendirse. A un adversario (el islamismo, pero también sus gérmenes entre nosotros) mil veces más exterminador que el nazismo, porque su comandante en jefe es Dios, y Dios no tiene límites. Eso se votaba ayer: renunciar a luchar; estar ya muerto. Ganó Al Qaeda. Adiós, España.
GABRIEL ALBIAC
* [Artigo publicado o 16 de Março de 2004, dia seguinte das eleições gerais que levaram a Rodríguez Zapatero ao poder]
11/03/10
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