En un reciente artículo [“
El vampirismo contemporáneo”,
El Catoblepas, Fev. 2009] hemos enumerado algunos criterios para desenmascarar la judeofobia subyacente en las «críticas contra Israel». Uno de ellos es revelar la porfía en condenar a un solo país, soslayando cualquier violación de derechos humanos no atribuible a la nación hebrea.
La obsesión opera tanto en el plano individual como en el de la política internacional. A modo de ejemplo del primero, permítaseme mencionar que a principios de marzo de 2002, quien escribe estas líneas fue invitado a disertar a una universidad tarraconense, cuyo decano, Enric Olivé Serret, exhibió delante de los estudiantes una hostilidad tan visceral que no se habría propinado a huéspedes de
ningún otro país. El judeófobo no repara en que guarda para Israel una antipatía que no tiene parangón.
En el plano internacional, el síndrome acaba de confirmarse con una decisión del gobierno español. No ha boicoteado a Ahmadineyad, quien niega el Holocausto y exhorta a borrar a Israel; que decapita a homosexuales y reprime a sus ciudadanos; que esparce el terrorismo por el mundo y discrimina a mujeres y a minorías.
Durante el discurso del tirano en la ONU (23-9-09) la delegación de España optó por no sumarse a las ausencias de Alemania, Argentina, Australia, Canadá, EEUU, Francia, Gran Bretaña, Holanda, y varias naciones más, que con su gesto honraron la misión original de la ONU. España no. Permaneció en respetuoso silencio ante las belicosas diatribas que profería el iraní.
En lugar de oponerse a Ahmadineyad, con quien mantiene un «diálogo de civilizaciones», España emprendió un boicot contra una institución académica israelí (huelga aclarar que no boicotearía la universidad de
ningún otro país).
En efecto, a fin de septiembre pasado, el Ministerio de Construcción y Vivienda español decidió expulsar a la Academia de la ciudad de Ariel, de una competencia internacional sobre arquitectura, energía y medio ambiente.
El motivo aducido fue que la ubicación cartográfica de Ariel la encuadra dentro de «territorio palestino ocupado». Si prestara atención a la geografía, la ministra Beatriz Corredor Sierra notaría que la Universidad Hebrea de Jerusalén también está ubicada en un territorio reclamado por los palestinos, por lo que tampoco sería posible dialogar con la principal universidad israelí.
Y que si se trata de interferir políticamente en el mundo académico, no cabría que instituciones de Ceuta participen cuando Marruecos las acuse de «ocupación», como España por Gibraltar, Argentina por las Malvinas, Venezuela por Guyana, y así otras decenas de conflictos políticos que precisamente deberían dejar inmune a la vida académica –aun si se trata de excluir al judío de los países.
Si la ministra Corredor prefiriera atender a la historia en vez de la geografía, aprendería que los «territorios palestinos» no están ocupados sino disputados, ya que jamás no hubo sobre ellos una soberanía árabe palestina –porque nunca hubo Estado palestino, y ello debido a la negativa del liderazgo palestino de establecerlo.
Si, alternativamente, el énfasis en las consideraciones se hubiera puesto en la naturaleza de las negociaciones políticas, también se habría impedido el boicot español. Obviamente la solución a un conflicto no puede ser dictada desde afuera, y en nuestro caso las fronteras definitivas entre el Estado judío y el Estado árabe que naciere deben ser el resultado de las negociaciones directas entre las partes, y no de los asertos a priori del PSOE.
Y si en lugar de geografía, historia o política, la ministra se hubiera inclinado por la ética, habría reparado en que Ariel presentó hace dos años su proyecto al certamen «Solar Decathlon», que el mismo fue aprobado debido a su calidad, y que por lo tanto la institución israelí, que quedó entre los finalistas, no debe ser expulsada en la mitad de la competencia sólo porque un político de turno se inclina por el boicot.
Con éste, España ha excluido no sólo a una universidad israelí de 10.000 estudiantes (muchos de ellos árabes) sino a un proyecto cultural y científico cuyo objeto es mejorar el medio ambiente, previsiblemente cuestionado por grupos intolerantes que jamás contribuyen en nada al medio ambiente, ni a la arquitectura, ni a nada que no sea demonizar a su adversario.
Lo que más ha castigado la ministra con su decisión es la posibilidad de una paz real en Oriente Medio, y lo ha hecho por medio de retrotraernos a un diagnóstico perimido.
Hay tratados de paz que matan
2009 ha demostrado nuevamente las causas reales del conflicto en Oriente Medio. Por lo menos, durante estos meses se ha refutado fehacientemente que el origen de la guerra
no es «la ocupación» ni la supuesta «opresión» de los árabes palestinos.
Para percibirlo, basta una breve ojeada de la historia reciente.
En septiembre de 1993 se firmaron los acuerdos de Oslo. Al respecto, Daniel Pipes ha enumerado las condiciones de los palestinos hasta ese momento: vivían en relativa paz bajo el imperio de la ley y el desarrollo económico, con escuelas y hospitales que funcionaban, viajando sin alambradas ni puestos de control, inaugurando sus siete universidades, y con el terrorismo en baja.
Los acuerdos de Oslo entre Israel y Arafat no granjearon a los palestinos paz ni prosperidad, sino tiranía, pobreza, corrupción, el culto de la muerte, fábricas de suicidio, y radicalización islamista –generaron un verdadero feudo de odio.
Paralelamente, los israelíes sufrieron la peor ola de atentados de su historia. Aunque la mayoría de los medios españoles no lo notaran, durante ese lustro fueron asesinados centenares de israelíes, más que en los tres lustros precedentes.
El motivo de la exacerbación del terrorismo fue que los palestinos, apoyados por las diversas recetas europeas para la paz (recetas que anunciaban de antemano lo que iban a obtener a cambio de nada), sintieron que cabía lanzarse a baños de sangre porque la destrucción de Israel era asequible. Así, cada concesión israelí agravaba su hostilidad.
El imán palestino Mohsen Abu Ita anunciaba por televisión que «la aniquilación de los judíos de Palestina es la más espléndida bendición», y el legislador Fathi Hamad declaraba en conferencia de prensa que «un palestino que mata a un judío será premiado como si matara a treinta millones», para luego admitir abiertamente que «los palestinos formamos escudos humanos con mujeres, niños y ancianos para mostrarle al enemigo sionista que deseamos la muerte tanto como ellos desean la vida».
Pero Europa no escuchaba, y exigía más concesiones de Israel, sin detenerse en que los objetivos de los dos contendientes eran incompatibles: Israel luchaba para vivir; sus enemigos -para que Israel no viva.
La raíz del conflicto está hoy en día más clara que nunca: es la negativa a aceptar un Estado judío y democrático, rodeado como está de dictaduras árabes.
Los palestinos no están actualmente menos «oprimidos» que antes, pero han reducido su violencia porque sienten menos que el fin de Israel es inminente. En ese sentido, el boicot español a una universidad hebrea los estimula a regresar a un pasado que fue derrotado.
GUSTAVO D. PEREDNIK
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