09/12/09

UNA CANTA, LA OTRA NO





Agnès Varda dirigió en 1976 una película suavemente feminista: 'Una canta, la otra no', que planteaba la vida de dos amigas con distinto grado de 'concienciación', palabra muy trajinada en la época, respecto al tema.

La película no fue un hito en la historia del cine europeo, pero su título me vino a la cabeza al leer en la prensa amiga el artículo de Manoliño Rivas “Los herejes”. He aquí sus dos primeros párrafos:

"Un juez ha ordenado la expulsión de los estrados de la Audiencia Nacional de una abogada que se cubría el pelo con un pañuelo, a la manera musulmana.
No sabemos si habría tomado la misma decisión en el caso de que la letrada fuese una monja con su toca y hábito. Seguramente sí. Tal vez sí. Tal vez no."

Léanlo otra vez, porque es una obra maestra del pensamiento socialdemócrata, en su labilidad y delicuescencia. Parecía una analogía razonable: dos mujeres que profesan religiones distintas se cubren la cabeza con alguna clase de tejido. Fue en este estadio de primera impresión cuando traté de pensar qué me incomodaba en la analogía del ideólogo de 'Nunca mais o poucas veces, iso depende'. Y me vino a la cabeza el título de Varda: 'Una canta, la otra no'.

Hace ya bastantes años que uno es descreído hasta en su ateísmo, pero hay una diferencia entre las religiones que representan las mujeres de las fotos. El hecho de no creer en ninguna de las dos no me permite la equidistancia: Una de ellas es compatible con la sociedad de libertades en la que me gusta vivir, la otra no. Una de ellas es compatible con la igualdad de las mujeres, la otra no. En una de ellas, los obispos pueden excomulgar, apartar de la Iglesia a aquellos de sus fieles que no siguen sus reglas, pero no pueden encarcelarlos como en la otra. Sólo en las sociedades islamistas se cuelga a los homosexuales de las grúas y se lapida a las mujeres adúlteras. ¿Qué sería de nuestras analogías y metáforas si tuviésemos en cuenta los hechos sórdidos que nos las deslucen?


La diferencia entre las mujeres de las fotos respecto a sus respectivos hábitos es la voluntad. Las monjas se ponen las tocas porque quieren, las musulmanas porque las obligan. Nada tiene que ver el hecho de que algunas de ellas lleven el 'hijab' de buen grado. Cuando empezaron a ponérselo, nadie les preguntó si querían o no.

Nadie obliga a una monja a ponerse el hábito. Nadie la reprime por no hacerlo. Hace exactamente un mes que una mujer marroquí embarazada sufrió una brutal paliza a manos de un matrimonio de compatriotas suyos a la puerta del colegio al que había ido a esperar a su hijo, mientras le gritaban: "Tú te mereces estar en un puticlub".


No eran familiares -y qué si lo fueran -sino dos buenos musulmanes cabreados al ver a una de las suyas sin el velo islámico. Saadia, que así se llama la mujer, embarazada, abortó unos días más tarde como consecuencia de la paliza. Su marido prefiere dejarlo correr, no quiere líos. Estos pequeños detalles no le han cabido a Manolo en su columna. No ha escrito sobre el asunto. Su escándalo ante la religión que nos queda más cerca, con sus Roucos y sus excomuniones no permite a nuestros progres abrir la boca sobre el islamismo. Las caricaturas danesas. Acojonan, ¿eh?, que decía el buen marqués de Leguineche en 'Patrimonio Nacional'. Yo tengo oído en una tertulia a Margarita Sáenz Díez una relativa defensa del islamismo: "¿Y las cruzadas?", preguntó con su rintintín y hasta su cabo Rusty. Esa era la clave del asunto. Hay que remontarse al siglo X para encontrar una Iglesia Católica comparable al Islam de hoy.

Manoliño puede cantar las cuarenta una vez al mes a la jerarquía de la Iglesia Católica. Rouco o Martínez Camino, pongamos por caso. ¿Se atrevería a publicar un artículo equiparable sobre un Ayatollah? Ni siquiera digo en Irán, aquí mismo.

Venga, artista, no te arrugues, que tú puedes.


SANTIAGO GONZÁLEZ

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