Desde fines del siglo XV, cuando España expulsó a los judíos y el imperio otomano acogió a miles de ellos, ambos países mantuvieron con el pueblo hebreo una relación singular. En épocas recientes, los otomanos –dueños de la Tierra de Israel por cuatro siglos– oprimieron a los judíos en ella e impidieron su desarrollo; España por su parte, protegió a los israelitas diezmados por Alemania. Mucho podrá escribirse de los vaivenes que protagonizó el pueblo judío «de Algeciras a Estambul».
Hace unas semanas volvieron a ponerse de relieve algunas coincidencias, porque tanto Turquía como España generaron paralela reflexión sobre la judeofobia.
Sendos presidentes se refirieron a Israel, en estilos divergentes. El turco Abdullah Gül declaró en televisión (18-10-09) que «su país no puede quedar silencioso ante las injusticias cometidas por Israel». Para el lector que no siga esta columna, y no repare en el problema de la declarada pasión turca por la justicia, señalemos como perturbadoras las dos últimas palabras de la afirmación presidencial. ¿Por qué diablos habría que concentrarse en el mal cometido exclusivamente por un solo país, dejando a todas las demás naciones, en particular a las peores violadoras de los derechos humanos, en una impune desatención?
Por alguna razón, en efecto, el gobierno turco omite sistemáticamente toda agresión contra Israel, y los intentos por borrarlo del mapa, éstos hoy en día mayormente protagonizados por el presidente iraní a quien, precisamente, Ankara ha definido como «un verdadero amigo».
Las declaraciones del jefe de Estado turco se emitieron en el contexto de la paulatina islamización de Ankara, que se ha alejado de su ex aliado Israel y canceló (11-10-09) un ejercicio anual aeronáutico de la NATO («Águila de Anatolia») para evitar compartirlo con pilotos hebreos.
Reverberó en dichas expresiones la diatriba antiisraelí que en la víspera había pronunciado por televisión el Primer Ministro Recep Erdogan (17-10-09) tildando a Israel de «opresor» y reiterando luego la obsesión que ya es de rigor: «Turquía no es hostil a ningún país, pero nos oponemos a la injusticia». Queda claro que de las muchas y variadas injusticias mundiales, se oponen a una sola.
Muy distintas, en importancia y contenido, fueron las declaraciones que casi simultáneamente pronunciara el Presidente José Luis Rodríguez Zapatero durante su primera visita oficial a Israel (15-10-09), que por cierto debemos festejar: «España es amiga de Israel», ergo «cuando criticamos, lo hacemos como amigos». Así tituló el diario hebreo Ma’ariv su extenso reportaje a ZP: «Somos amigos».
Aunque podría dudarse del cariño de las «críticas» entre Estados, la intención es sumamente positiva, sobre todo porque desde el 1 de enero España presidirá la Unión Europea. En ese contexto, ZP ha planteado la necesidad de abrir una nueva página en las relaciones bilaterales con Israel.
Una adicional faceta alentadora del viaje de ZP a Jerusalén, fue su visita a Yad Vashem, el museo del Holocausto, al que definió como «la página más inhumana de la historia y la más bochornosa de la condición del ser humano». En la firma del libro de dedicatorias, el líder del PSOE escribió: «Seis millones… Barbarie, dolor, memoria. Paz. Con mi afecto al pueblo judío y con mi amistad a Israel».
Cuando un periodista local requirió la opinión de ZP sobre el artículo negacionista del valenciano César Augusto Asencio, el presidente fue terminante: «es inaceptable cualquier pronunciamiento o escrito de alguien que niegue el Holocausto».
Las virtudes de este viaje no ocultan empero el error de ZP: soslayar la patente judeofobia española, que para el líder español «no existe» –ya que existió sólo «en la época de Franco».
(Cabe recordar que un gesto similar tuvo en su momento el presidente francés Jacques Chirac, quien insistía en que Francia carece de judeofobia y, cuando inauguró en París el Memorial de la Shoá (27-1-05), declaró con precisión que la judeofobia «no es una opinión, sino una perversión que mata»).
ZP adhirió de este modo al razonamiento de varios años de Javier Solana y Miguel Angel Moratinos. El primero desconcertó al Comité de Relaciones Exteriores del Congreso norteamericano al declarar allí (26-6-03) que en Europa la judeofobia no existe; y el segundo se enfadó con quien acusara de judeofobia al gobierno español (20-7-06), ya que el pueblo de Israel «debería estar agradecido a España por su preocupación y por su compromiso con la paz en el Oriente Medio».
ZP retomó este desacierto cuando manifestó en Israel que «no todo comentario, publicación o fotografía debe ser considerada» judeofóbica. Aunque esto es enteramente cierto, nunca implica que no se pueda considerar judeofóbico a ningún «comentario, publicación o fotografía». El desafío consiste en dirimir cuáles lo son y cuáles no.
Hay casos en los que la judeofobia se ve a las claras (las caricaturas de Carlos Romeu Müller o los artículos de Maruja Torres) pero en la mayoría de las veces el odio es más sutil, y pasa sobre todo por la demonización del Estado judío –que no es crítica– cometida frecuentemente por los medios europeos, particularmente los españoles.
Un ejemplo extraeuropeo de esta deslegitimación, acaba de producirse con el llamado «Informe Goldstone» (15-9-09) de la ONU, que niega el derecho a la autodefensa del judío de los países. No casualmente, una de los tres miembros de la comisión «investigadora» de los «crímenes de Israel», la profesora Christine Chinkine, antes de «investigar» ya había firmado una carta en el diario Times (11-1-09) en la que acusaba a Israel de «crímenes de guerra». Poca objetividad podía esperarse de quien sabía de antemano dónde estaban las culpas.
El informe fue rechazado por casi toda la sociedad israelí, y como era de esperarse generó una generalizada y poco original condena contra el Estado judío, bienvenida y difundida por insignes defensores de los derechos humanos como Khadaffi, el Hamas, y Bashir Assad.
Los presidentes turco y español se refirieron a esta condena, y aquí difirieron un poco. Mientras Gül esgrimió que «el informe Goldstone es muy importante porque muestra los crímenes de Israel», ZP afirmó que «hay que tomarlo en serio… la respuesta debe ser inteligente, racional y en ningún caso debe ser un obstáculo para el proceso de paz. Yo sé que es un tema muy sensible en Israel y debemos actuar con cautela».
Como hemos mencionado a quienes soslayan la judeofobia europea, digamos que su desacierto consiste en que miden el fenómeno exclusivamente en cantidad de pintadas de odio y de profanaciones de tumbas. Pero en nuestra informática era, esos indicadores son inadecuados. También son evidencia de la judeofobia las expresiones que reflejen un clima general de animadversión.
En ese sentido, la coincidencia entre lo ocurrido en Turquía y en España fue televisiva. Ambas declaraciones presidenciales fueron precedidas por sendas proyecciones patentemente judeofóbicas.
La serie Arylik («Despedida»), transmitida en octubre por la televisión estatal turca TRT1, muestra a soldados israelíes que balean por la espalda a un niño árabe que huye, luego asesinan a una dulce y sonriente joven palestina y, entre otras atrocidades más, alinean a prisioneros civiles antes de fusilarlos a sangre fría, todas ellas acciones que existieron privativamente en el prejuicio de los autores de la serie.
Su productor, Selcuk Cobanoglu, indicó que el plantel que realizó la obra maestra «ama a los israelíes». La norma parecería ser que nos «critican desde el amor».
Pobre Cobanoglu. Uno de sus colaboradores aclaró definitivamente las intenciones de la serie. Hakan Albayrak se despachó así: «los israelíes son como los nazis y llevaron a cabo asesinatos masivos». Albayrak, cuyas fuentes de información parecen reducirse al programa que él mismo perpetró, agregó un recurrente símil que revela la ínsita judeofobia: «Cuando se proyectan películas sobre crímenes de guerra nazis, Alemania no lanza (como hizo Israel) una airada protesta diplomática».
El problema, como vemos, es la irascibilidad de Israel ante el amor de sus críticos, y no las santas intenciones de la televisión turca y su anhelo de justicia.
En paralelo esperpento, el «documental» español se tituló Las heridas de Rafáh y fue transmitido en el programa En portada (4-10-09) de RTVE. Fue escrito por Esther Vázquez, dirigido por José Antonio Guardiola y Susana Jiménez Pons, y producido por Miguel Ángel Viñas y Ana Pastor, un quinteto que cobra sus honorarios del pueblo español a fin de inyectarle judeofobia pura.
En el programa, el bastardo Israel (obviamente, el único país ilegítimo del mundo) se reduce a que «gente vino de Rusia y expulsaron de su casa» a uno de los entrevistados.
La narradora repite hasta la verborragia la palabra «herida» (huelga aclarar que los judíos somos inheribles y que toda herida la producimos nosotros) y casi no deja frase sin la profesional carga de odio requerida, en un discurso que contiene más errores que palabras: «Israel utilizó armas prohibidas para causar el mayor número de bajas», «los acuerdos de Camp David rompieron familias y abrieron heridas», los túneles por donde se contrabandean armas son propaganda sionista, el Hamás ama la paz e Israel los bloqueos genocidas, Israel cierra la frontera –¡la de Gaza con Egipto!–, y «los niños sonríen ajenos a su triste provenir» (los que sonríen son víctimas del pérfido sionismo; ni que hablar de los que no sonríen).
Con su «infancia robada, son víctimas de un odio que no entienden» (los líderes palestinos sólo les enseñan que se suiciden con ternura), y además «nadie ayuda a los palestinos» (…quienes recibieron una asistencia inigualada de casi seis mil millones de dólares).
El programa recibió un enérgico repudio por parte de una de las más activas y valientes organizaciones de amistad para con Israel, la gallega AGAI, en una carta firmada por su presidente Pedro Gómez-Valadés. Todo un logro para una judeofobia si tenemos en cuenta que, según dicen, no existe.
GUSTAVO D. PEREDNIK
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