26/01/10

LOS MAESTROS DE ANGLADA



El cabo Hitler, que conocía de primera mano las bajezas del alma humana, dejó escrito que en todas las ciudades siempre hay mil tipos dispuestos a aplaudir a quien sea y a su contrario. A esos efectos estrictamente estadísticos, Barcelona no supone excepción ninguna a la norma, salvo por la abigarrada promiscuidad espacial de nuestros tartufos domésticos, quizá. Y es que la cuota local de veletas morales parece repartirse entre la angosta Plaza de San Jaime y el hemiciclo del Parlament. Así, CiU, ERC y PSC, los mismos filántropos sin fronteras que votaron el empadronamiento para todos en Madrid, exigen ahora papeles para nadie en Osona.

Al tiempo, en la capital de Cataluña, entretienen su ocio tildando al alimón de xenófobo a ese aventajado discípulo de Marta Ferrusola que responde por Josep Anglada. Un demagogo iletrado, el tal Anglada, que si dispusiera de las luces que la Naturaleza le negó habría denunciado por ilegal el acuerdo de Vic, dejando a la clase política catalana en pleno con las vergüenzas democráticas al aire. Pero, en fin, ya se sabe, de donde no hay no se puede sacar.


Por lo demás, tras la caja de Pandora que acaban de abrir en la ciudad de los santos coexisten, paralelas, una realidad demográfica y una ficción ideológica. La primera, inobjetable, es que España ha devenido, contra toda lógica de escala, el segundo receptor planetario de inmigrantes, sólo precedida en el escalafón de la permeabilidad aduanera por los Estados Unidos. La segunda, insostenible, pretende, contra toda evidencia histórica, que ese Anglada y su racismo emergente constituirían una novedosa extravagancia doctrinal del todo ajena a la muy respetable tradición pedánea. De ahí, torrenciales, las lágrimas de cocodrilo preventivas ante la eventualidad de que sujeto tal mancille algún escaño con su presencia. Pues, al parecer, ya nadie recuerda que el Parlament estuvo presidido hasta hace apenas un cuarto de hora por un laureado devoto del Conde de Gobineau, rendido entusiasta de la eugenesia, la segregación étnica y la más estricta higiene racial catalana.

Porque no fue el tosco Anglada sino el emérito Heribert Barrera quien depuso que «los negros de Estados Unidos tienen un coeficiente intelectual inferior al de los blancos», entre otras memorables perlas cultivadas. Como tampoco habría de ser un burdo charlatán de pueblo sino Jordi Pujol i Soley quien firmase el más célebre párrafo de «La inmigración, problema y esperanza para Cataluña». Aquél que, enfático, rezaba: «Ese hombre anárquico y humilde que hace centenares de años que pasa hambre y privaciones de todo tipo, cuya ignorancia natural le lleva a la miseria mental y espiritual y cuyo desarraigo de una comunidad segura de sí misma hace de él un ser insignificante, incapaz de dominio, de creación (...) si por la fuerza numérica pudiese llegar a dominar la demografía catalana sin antes haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña».

¿Una temible amenaza el tal Anglada? No me hagan reír.


JOSE GARCIA DOMINGUEZ

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