18/02/10

BLASFEMIAS Y PROGRES


Me informan de que Madrid va a dar acogida a una obra titulada «Me cago en Dios». No la he visto y por ello no sería correcto entrar a juzgar su contenido. Sin embargo, el título constituye de por sí un verdadero manifiesto de mal gusto que podría entrar de lleno en algún delito tipificado en el código penal. Con todo, tampoco es mi intención entrar en esa cuestión. Más bien desearía detenerme en que el mencionado ¬y blasfemo¬ título pone de manifiesto de manera palmaria dos de las características que han ido marcando desde hace tiempo a no pocas de las manifestaciones denominadas culturales procedentes de la progresía de nuestro país.

La primera es el insulto dirigido contra aquellos que sabe que no se defenderán. Desde luego, es dudoso que Dios, en Su infinita misericordia y su desbordante capacidad de aguante hacia la estupidez humana, fulmine con un rayo a los que se permiten ofenderle tan groseramente. Tampoco van a hacerlo los creyentes que pueden sentirse ofendidos y horrorizados pero no tanto como para aplicar el mismo tratamiento a la madre del autor que el que él destina al Altísimo. Con todo, esos mismos progres se cuidarían muy mucho, por ejemplo, de sustituir en semejante título a Dios por Alá ¬buenos se pondrían Ben Laden y sus correligionarios¬ por el PSOE ¬cualquiera se atreve a que lo acusen de fascista¬ o incluso por un simple y ramplón miembro de ETA. Mofarse del Altísimo y escarnecer a los que creen en Él, pase, pero correr riesgos con quien puede responder usando la violencia, el ostracismo social o el juzgado de guardia es otro cantar.

Junto a esta cobardía disfrazada de osada transgresión, el título se caracteriza por otra nota muy querida por no pocos de nuestros progres y que a mí personalmente me parece intolerable. Me estoy refiriendo a que se trata de una representación subvencionada por los poderes públicos. Que alguien sea chabacano, microcerebral, incluso blasfemo resulta lamentable, sin duda. Sin embargo, que se pueda permitir hacerlo con el dinero de los impuestos que pagan ciudadanos como un servidor es más de lo que puede aceptarse. Si quieren hacer el ridículo que lo hagan, si se quieren condenar que se condenen pero, por favor, no con los fondos de ciudadanos honrados y decentes que se dirigen humildemente a ese Dios sobre el que arrojan sus excrementos personas que, por su altura moral, apenas se distinguen de los mismos.


CÉSAR VIDAL

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