09/01/10

TODOS LLEVAMOS BURKA



Hay varios países europeos que han puesto coto a la burka. Holanda, Italia, Bélgica. Ahora se discute en Francia una multa de 750 euros para el que la lleve. En España es posible llevarla, porque, como se sabe, en España hay mucha libertad.

Entre todas las legislaciones me parece modélica esta que leo en el blog de Quiñonero: «Luxemburgo prohíbe ‘aparecer enmascarado’ en los lugares públicos.» Podríamos llamarlo el razonamiento Esquilache. La cara oculta es sospechosa por razones de orden público. Es decir, de algún modo la máscara incuba un delito. No veo formalización mejor para la repugnante burka. Detrás de cada burka hay un delito, se halle o no su formulación concretada en los códigos legales.

Tal vez sea sorprendente, pero la historia icónica de la humanidad podría explicarse en términos de veladuras. Entre el animal y el hombre hay una clara diferencia de pelo. Y las pinturas antiguas también sirven para comprender hasta qué punto el vicioso cuerpo que ha de morir ha sido sometido a toda clase de corsés y afeites. Soy un gran panglossiano, es sabido: pero creo que nunca como en nuestra época el hombre ha dado la cara. Una infalible señal de progreso. Los tapujos y las pilosidades me dan muy mala espina. Incluso en sus versiones mínimas. Como explicó hace años Javier Marías, en memorable artículo sobre una manía que cogieron los jugadores de la selección española de fútbol, el rostro del malvado lleva perilla.

Todo tipo de perillanes criticarán la iniciativa del partido de Sarkozy de multar la burka. Entre ellos destacarán los que hablarán en nombre del sagrado derecho de cualquiera a hacer de su cara un sayo. Obviamente no es la cara lo que se discute. La discusión versa sobre el carácter del espacio público de la civilización. Una cara borrada es incompatible con el sentido de lo público en nuestra civilización. No es un símbolo de la violencia. Es la violencia misma. De la que es perfectamente legítimo defenderse.

Hay algo muy interesante que explicar a todos aquellos que se obstinan en fantasmagóricas analogías entre la burka y algunos símbolos del recogimiento y la comunión con dios. A diferencia de la cruz (¡y hasta del cilicio!) la burka no puede ocultarse. Porque, en realidad, persigue la exhibición y no la ocultación. No está hecho para la cara de la mujer (mero objeto intrascendente) sino para el resto de las caras. Todos vestimos la burka en cuanto nos cruzamos con alguno de esos tristes bultos ciegos donde han desaparecido la forma y cualquier declinación de las personas del verbo.


ARCADI ESPADA

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